Durante cuatro jornadas consecutivas, del 12 al 15 de junio, Rosario volvió a encontrar en el jazz un espejo amplio, un refugio sonoro y una forma de celebración. La edición 2025 del Festival de Jazz de Rosario se desplegó en todos los rincones de Plataforma Lavardén (Mendoza 1085) con una intensidad que dejó huella, tanto por la calidad artística de su programación como por el clima de encuentro colectivo que logró construir en cada una de sus salas. El jazz volvió a sonar —y a sentirse— como una experiencia viva, que contó con la participación de más de xx mil personas.
El Teatro, el Gran Salón y el Petit Salón de Plataforma Lavardén se convirtieron en escenarios de ese latido común con treinta propuestas, más de cien músicos y una atmósfera que, desde el primer acorde, marcó el pulso de una ciudad que escucha, se conmueve y se reconoce en la música.
Presente en la jornada de apertura, la ministra de Cultura, Susana Rueda, destacó: «Se trata de un gran festival que se hace íntegramente desde el Ministerio de Cultura. Hay mucha necesidad, mucha avidez por disfrutar de la cultura y la cultura pública, en este caso. El jazz, muchas veces, se considera una música de nicho pero nosotros comprobamos que un público muy diverso viene a disfrutar del jazz, de las buenas voces, de la buena música».
El comienzo como promesa
La noche del jueves 12 de junio fue apertura y afirmación. El público, que colmó cada espacio desde temprano, no solo fue testigo de una programación ambiciosa y plural: fue parte de un clima cálido, íntimo y expansivo. Samuel Iwancsuk Sexteto abrió el juego con melodías que hablaban con sutileza. En el Teatro, el Ensamble Municipal de Vientos, bajo la dirección de Leonel Lúquez, desplegó un cuerpo sonoro poderoso, una orquesta donde convivieron tradición y presente.
La noche avanzó y Nieves Rosell 4tet propuso un viaje por Brasil que fue, a la vez, una caricia: la bossa, la samba, el susurro. Luego, Marcelo Vizzarri Trío aportó una dosis de vértigo y precisión, con un jazz moderno que no esquivó la tensión ni la alegría.
Pero fue el Homenaje a Tito Méndez el que dejó una huella imborrable. En ese acto de memoria musical, donde su hijo Milton dirigió un sexteto vibrante, se condensó algo más que un cierre de jornada: se tejió un puente entre generaciones, entre lo que fuimos y lo que todavía podemos ser. El aplauso final, largo y sentido, no sólo celebraba una vida: también agradeció por mantener viva la historia del jazz rosarino.
La libertad como lenguaje
El viernes 13 de junio trajo consigo una diversidad vertiginosa. Fue una jornada de exploraciones, de riesgos asumidos con belleza. Cristian Loza Grupo abrió el Gran Salón con un sonido narrativo y propio, mientras que en el Teatro se vivió un hecho histórico: la primera presentación en el país del contrabajista John Hebert, acompañado por un quinteto impecable con un concierto que combinó profundidad introspectiva con momentos de pura magia colectiva.

El trío Luego un río, en el Petit Salón, desafió estructuras y propuso un encuentro desde la improvisación cruda, sin red. En otro registro, Locoto deslumbró con una performance lúdica y sensorial, un viaje sin brújula donde el ritmo marcó la dirección.
El cierre fue de altísimo vuelo. Argentum Jazz Quinteto, con nombres esenciales del jazz nacional, ofreció una lección de musicalidad, de escucha mutua, de goce en tiempo real. Cada tema fue una historia contada con los cuerpos, los instrumentos, los gestos.
Aquella noche, el festival mostró con claridad que el jazz no es un estilo encerrado en fórmulas: es una lengua en constante invención, que necesita del riesgo para volverse arte.
Contrastes, homenajes y comunidad
La del sábado 14 de junio fue, quizá, la jornada más contrastante y sensible. Cada sala propuso una estética, un color, una historia. El homenaje a Chet Baker a cargo de Iván Buraschi Bernasconi Trío en el Petit Salón abrió la tarde con sobriedad y emoción contenida. Mientras tanto, Leiba Trío trazó un mapa colectivo de sonidos originales, una alquimia entre lirismo y tensión.
El Teatro fue escenario de una de las presentaciones más delicadas del festival: el trío Rocío Giménez López – Franco Di Renzo – Luciano Ruggieri presentó el disco La forma del sueño ofreciendo una música que parecía caminar entre lo onírico y lo preciso. A pocos metros, Ensayistas fusionó jazz con raíces afrobrasileñas, en una presentación introspectiva que fue, también, un diálogo entre culturas.
El sábado también tuvo su energía expansiva: Pepi Dallo Grupo encendió el Gran Salón con composiciones potentes, mientras que El Umbral, histórico cuarteto, regaló un cierre intenso, colectivo y conmovedor. Una jornada que mostró que el jazz es puente, es contraste, es una forma de estar juntos aun cuando las voces son muchas y diversas.

Una despedida cargada de identidad
La jornada final del festival trajo una combinación profunda entre frescura, identidad local y herencia jazzística. A las 19, Esteban Maxera Trío abrió el Petit Salón con una formación inusual —sin piano ni guitarra— y un repertorio original que partió de las raíces sudamericanas para dialogar con el jazz y el groove. Fue un inicio intimista y desafiante, con gran vuelo interpretativo.
En el Gran Salón, Manuka Quinteto mostró la potencia de las nuevas generaciones del jazz rosarino. Con composiciones propias que fusionan géneros populares y una búsqueda sonora muy personal, ofrecieron un concierto cálido, vibrante y con una fuerte impronta local.
A las 20:30, Carlos Casazza Quinteto se presentó en el Teatro con un quinteto de lujo, en el que cada integrante aportó experiencia y sutileza. La música de Casazza sonó elaborada y emocional, con momentos de alta complejidad rítmica y pasajes de belleza contenida. Fue uno de los picos emotivos de la noche.
El Dúo Petetta-Bozzano, en el Petit Salón, regaló una propuesta acústica de enorme madurez: su repertorio cruzó jazz y músicas populares con un equilibrio sereno y expresivo. A continuación, el Gran Salón vibró con la presencia de Siberianos, que propuso una fusión originalísima entre el jazz, el folk, el pop y el rock. Con una formación poco habitual y gran riqueza tímbrica, dieron un show expansivo y celebratorio.
El cierre del festival, a las 22:30 en el Teatro, fue una verdadera fiesta con Helio Gallo Sexteto. La histórica agrupación, con músicos de varias generaciones, recorrió un repertorio que abarcó décadas de jazz con frescura y soltura. Fue una despedida cargada de historia, emoción y groove, con una sala llena que no quiso perderse el último aplauso.

El jazz como comunidad
El Festival de Jazz de Rosario 2025 fue mucho más que una grilla de conciertos de altísimo nivel. Fue una reafirmación: del valor de lo público, del poder transformador del arte, del rol vital de los espacios culturales que se sostienen desde el compromiso y la sensibilidad.
Durante cuatro días, miles de personas se acercaron a escuchar, descubrir, emocionarse, dejarse transformar por la música. Hubo emoción compartida, silencio atento, ovaciones, abrazos, charlas post-concierto, preguntas que seguirán resonando. El festival construyó comunidad, generó memoria y proyectó futuro.
Porque si el jazz tiene una potencia, es esta: la de reunirnos en la diferencia y hacernos parte de un lenguaje que se reinventa cada vez que alguien escucha con el corazón abierto. Y Rosario, esta vez, volvió a escuchar.