Crónica 02/11/2025

El Coro Polifónico y la Sinfónica de Santa Fe se unieron para brindar un «viaje espiritual»

Los organismos dependientes del Ministerio de Cultura, ofrecieron un concierto notable, a sala llena, en ATE Casa España. La directora Virginia Bono destacó la profundidad de la obra central de concierto: «Lobgesang», de Mendelssohn.

La noche del viernes 31 de octubre traía una expectativa especial en ATE Casa España. Las entradas para el concierto coral-sinfónico se habían agotado días antes del evento. La promesa de escuchar al Coro Polifónico Provincial y la Orquesta Sinfónica Provincial de Santa Fe, ambos organismos del Ministerio de Cultura, juntos en un escenario, bajo la dirección de la ,aestra Virginia Bono, colmó la sala con más de 800 personas.

Cuando comenzó el encuentro, la atmósfera se volvió solemne. La aparición de Bono -acompañada por los tres solistas vocales-, recibida con un aplauso sostenido, marcó el inicio de la alabanza. La directora llegó al podio y agradeció la presencia del público y el trabajo de todos los involucrados para que «sea una noche mágica». Luego, la primera nota: el comienzo de «Lobgesang», la «sinfonía-cantata» de Félix Mendelssohn, escrita en 1840 para conmemorar los cuatrocientos años de la imprenta de Gutenberg.

Más que una obra sinfónica, «Lobgesang» es un viaje espiritual: el paso de la oscuridad a la luz (según palabras de la propia Bono), de la ignorancia al conocimiento. La Orquesta, desde el primer movimiento, desplegó un sonido abrazador, de perfecta unidad entre cuerdas y vientos, hasta que el coro irrumpió con el poderoso «Alles, was Odem hat».

Bajo las indicaciones precisas de la directora, la música se desplegó como un cuadro frente a la audiencia. Su dirección no era solo técnica, convocaba una energía común entre los dos organismos. Los solistas —Analí Torregiani, María Alejandra Pistoni y Andrés Novero— aportaron momentos de profunda belleza. Las sopranos, distintas pero complementarias, se conjugaron en equilibrio; el tenor sostuvo con firmeza la melodía. En los pasajes donde sus voces se entrelazaron con el coro, la emoción fue palpable.

La Orquesta, sin buscar protagonismo, sostuvo el desarrollo de la obra. La lectura de Bono fue clara y sensible y las explosiones corales eran imponentes. El público acompañó en silencio absoluto, con respeto y devoción.

Tras la última nota, el silencio fue reverencial. Luego llegó la ovación: una expansión de aplausos, de pie, prolongada. Bono agradecía señalando hacia los artistas, devolviendo el reconocimiento. En el aire quedaba la certeza de haber presenciado algo excepcional, mágico. Bono no solo dirigió una obra monumental, sino que la convirtió en un manifiesto sobre la cultura pública.