"La música es siempre el recogimiento del espíritu"

Tras dos años de ausencia en el país, el reconocido acordeonista Raúl Barboza asegura que dará un espectáculo único porque “cada concierto tiene algo diferente”. La función se realizará el viernes 15 en Sala Lavardén.

(Texto: Sofía Estanga Burgos) Luego de su paso por el 1° Festival Internacional del Acordeón en Barra Do Ribeiro, este viernes 15 Raúl Barboza arribará a Rosario junto a Nardo González y Cacho Bernal, con quienes comparte escenario desde hace más de 25 años. El gran acordeonista argentino sostiene que estar juntos durante tanto tiempo les permitió conocerse demasiado, al punto tal que a veces no tienen necesidad de ensayar. “Simplemente ponemos los títulos de las canciones y eso es suficiente porque no siempre tocamos igual. Improvisamos. Es como cuando uno se encuentra con un amigo e imagina qué es lo que va a decir o sobre qué va a hablar pero no tiene las palabras precisas”, confiesa el músico, que se presentará a las 21 en Sala Lavardén (Sarmiento y Mendoza, Rosario).

Para el artista cada presentación es única. “Cada inicio y cada final son diferentes porque ese día es inevitablemente distinto a los anteriores”, dice Barboza, y admite que nunca sabe cómo va a empezar ni cómo va a terminar sus ejecuciones musicales. “No importa cuántas veces hayamos interpretado un tema, nunca lo hacemos de forma idéntica. Por eso sé que la noche en Rosario será distinta a la anterior y también a la próxima”. El músico admite tener la particularidad de no tocar siempre igual y compara su forma de interpretar con lo que sucede en una conversación. “Las palabras pueden tener el mismo sentido pero no son las mismas palabras”, afirma.

Reconocido a nivel internacional por su talento y trayectoria, Barboza afirma que lo que le permite reinventarse tras 76 años de carrera musical es viajar. Tocar con distintos músicos, interactuar con diversidad de instrumentos y conocer diferentes lenguajes son los intercambios que lo enriquecen, porque “la música es universal y todos nos entendemos a través de ella aunque hablemos distintos idiomas”.

Aunque volver a la Argentina y recorrer el mundo con su acordeón es la forma en la que logró mantener viva aquella llama que se encendió cuando era muy pequeño, recuerda con nostalgia y algo de tristeza los inicios de su carrera en suelo argentino: “Muchas veces me dijeron que mi forma de interpretar no convencía a la industria local y que mis melodías no se identificaban con las del chamamé”. Pese a eso eligió seguir adelante porque su necesidad de tocar para sentirse vivo era más fuerte que las críticas. Fue entonces cuando aquel joven Raúl que pensó que era una molestia para muchos, que había dejado de interesar y que ya no tenía trabajo en su país emigró a París para poder perseguir su sueño. Para su sorpresa los halagos no tardaron en llegar y fue profundamente valorado en el exterior.

Es esa experiencia de vida la que le enseñó que no hay fronteras. “Creo que nosotros inventamos las fronteras y yo trato, por mi parte, de que la música nos una. Que sea un motivo de encuentros, de silencio y no de grito, zapateo, polvareda o revoleada de ponchos únicamente. La música es siempre el recogimiento del espíritu”.

Para el compositor lo más importante es traducir sus sentimientos a través del arte. Y es “el Morocho”, el acordeón que le obsequió un amigo en Francia y que lo acompaña desde hace 35 años, el que refleja el sentir de Barboza sobre los escenarios. Es que ese instrumento se ha convertido en una extensión de su cuerpo y es el encargado de hablar por él. “Yo no necesito la palabra, en lugar de mis palabras hay sonidos. Sonidos que pueden ser de nostalgia, que traen recuerdos, dolor, alegría”, dice.

Premiado, reconocido y homenajeado en todo el mundo este gran chamamecero sostiene que, pese a que le han puesto a lo largo de su vida una inmensa cantidad de títulos, es simplemente un músico argentino que como tantos otros ha hecho que la música de su tierra viaje por el mundo, y reconoce a sus 85 años que después de mucho tiempo, esfuerzo, paciencia, respeto y cariño su deseo de tocar y decirle a la gente lo que siente a través del acordeón es un sueño realizado. También está convencido de que logró que «el chamamé se introduzca en la vida de quienes aman el arte».

Mientras Barboza deja las huellas de su arte cada vez que vuelve a la Argentina, dice que se lleva de su tierra los colores de un país generoso, del saludo de buenos días de todo el mundo y de la amabilidad de la gente.

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