Las memorias que guarda el barro

Entrevista con el ceramista y maestro artesano Gabriel Cepeda, quien desde hace ya dos años participa del “Ciclo de saberes ancestrales” organizado por el Museo de Ciencias Natrurales Angel Gallardo.

(Texto y fotos: Violeta Paulini) Gabriel Cepeda es ceramista y maestro artesano. Oriundo de la vecina localidad de Granadero Baigorria, trabaja rescatando la alfarería del pueblo Chaná, etnia que habitó la región comprendida por el norte de la provincia de Buenos Aires, la zona meridional de Santa Fe y Entre Ríos, y la costa uruguaya del Río de la Plata. Desde hace ya dos años, participa del “Ciclo de saberes ancestrales” organizado por el Museo de Ciencias Naturales Angel Gallardo, con el objetivo de recuperar -taller mediante- la identidad cultural del litoral prehispánico a través de la alfarería, socializando saberes de los pueblos que habitan y habitaron el territorio santafesino.

En el “Taller de Alfarería prehispánica del Litoral” los participantes utilizan elementos de la naturaleza para la producción creativa, replicando técnicas de los pueblos originarios y revalorizando la memoria de la cerámica y la lengua Chaná, su cosmovisión, leyendas y costumbres. Con ellos nos reunimos junto a las barrancas del Paraná, para compartir la quema de las piezas resultantes del taller. Trituramos la leña y cargamos el horno (compuesto por cenicero, quemador y cabina) colocando las piezas más pesadas debajo y las más livianas arriba. Ceniza, tierra, polvo de arena y limo del río son los ingredientes para la receta de esta mezcla arcillosa, que atravesará un proceso de cocción a leña, de entre cuatro y cinco horas.

A la espera de que el fuego -“Yogüin”- comience a salir por la boca superior del horno, alcanzando una temperatura de 600º,  nos acomodamos para conversar sobre la historia de este maestro ceramista y su trabajo en la región, revalorizando la cultura Chaná.

– Gabriel, ¿Cuándo comenzaste con la alfarería?

– Desde que era chiquito hacía ollitas de barro, cuenquitos. Ese era mi juego, crear con el barro, crear cosas útiles. Nací artesano y lo Chaná siempre me tocó. Hay una relación familiar y sanguínea mediante mis bisabuelos: él era italiano y al llegar a la ciudad de Barrancas (Santa Fe) se juntó con una mujer morocha del lugar. Allí nace nuestro árbol. Calculo que tener ADN Chaná es lo que me hizo ser tan curioso y buscar esta historia como si uno buscara su propio ombligo.

– ¿Quiénes fueron, o son, los Chaná?

– Los Chaná han sido una nación con una data arqueológica de aproximadamente 3 mil años de antigüedad. Un pueblo que vino desde otro lugar -por su lengua y sus historias- y que habitó el litoral santafesino y mesopotámico, Entre Ríos, parte de Corrientes, de Uruguay y norte de Buenos Aires. La vida de los Chaná estaba íntimamente ligada al río, aunque también sembraban, recolectaban y cazaban. Poseían una gran producción de cerámicas decoradas, confeccionadas por las mujeres y quemadas por los hombres en reuniones nocturnas y varoniles, en torno al fuego. Fue y es un pueblo con políticas matriarcales – seguidores de un dios llamado Tijuinem- en el que la mujer guarda memoria “Ada oyenden” era quien instruía y transmitía el bagaje cultural, la lengua y las costumbres. Es muy interesante y es lamentable el tiempo que hemos perdido – casi 300 años- de no saber nada de ellos. A partir de la llegada de Gaboto hasta la matanza que se hizo en Entre Ríos en 1750, donde se buscaba exterminarlos para que los gringos pudiesen repartirse las tierras, nadie más escribió la historia. Las familias que quedaron vivas o en las reducciones, dejaron de comunicarse porque sufrían torturas y de este modo se perdió su lengua y cosmovisión mediante un etnocidio. Hasta que apareció don Blas Jaime en el año 2003, afirmando ser Chaná.

¿Quién es Blas Jaime y qué significó su aparición?

– Don Blas Jaime es un señor nacido en Nogoyá (Entre Ríos) que pasó casi toda su vida en la ciudad de Paraná. Empezó a recibir el legado Chaná de niño – lengua y cosmovisión- por parte de su madre y abuela y Unesco lo declaró en 2004 como el último hablante de Chaná en el mundo. Blas no encontró otra persona que hablara la lengua, a pesar de haber salido a buscar, porque fue tan fuerte el etnocidio en la provincia de Entre Ríos, que quedó ese miedo a hablar (se lo hacía solo en la familia, dentro de la casa y nada más). Es así que se recupera la lengua Chaná, después de permanecer casi tres siglos silenciada, ocultada y negada por el invasor. A partir de que Don Blas decide hablar comienza a escribirse esta historia, hasta entonces oculta y esto me permite brindarle a los talleristas aquello que tanto había buscado durante años. Hoy comparto esta información -directa de la fuente- con todo el que se acerca, porque es lo que yo hubiese querido recibir en mi juventud.

– ¿Cómo conociste a Blas? ¿Qué relación tiene actualmente con tu trabajo como ceramista?

– Lo conocimos a Blas en 2014 mientras con Ruperto «Tito» Fernández Bonina preparábamos una muestra de dibujo y cerámica acerca de los pueblos originarios del Litoral. Para entonces ya funcionaban los talleres de cerámica prehispánica “De la orilla” y otro en Timbúes, pero aún no integraban la cosmovisión y lengua Chaná. Mis conocimientos al respecto eran bastante escasos, a pesar de haberme dedicado muchos años al estudio, porque la información nunca estuvo, era una historia que no estaba escrita. En esa muestra se reunió mucha gente y como Blas se había enterado de que en otra provincia había una exposición con nombre Chaná, envió a una persona para ver de qué se trataba. Esta persona nos preguntó de dónde habíamos sacado la información y nos dio el teléfono de Blas. Al día siguiente lo llamamos y a la semana ya estábamos viajando a entrevistarlo. A partir de ahí comenzamos a estudiar y a formar una hermandad muy fuerte. Confió mucho en nosotros y vio que empezábamos a trabajar en serio. Conoció a los talleristas y a mucha gente con interés de aprender este mundo. Así se armó una red muy fuerte y extensa que comenzó a tener conocimiento no solamente del oficio de la cerámica, sino de la existencia de una nación llamada Chaná, nuestros pueblos originarios en el territorio litoraleño.

– ¿Cómo han sido estos años de talleres?

– He ofrecido talleres en varios lugares – de norte a sur de la provincia de Santa Fe- incluyendo islas entrerrianas, y Blas ha participado de ellos, en actividades con escuelas y en muestras. Hemos encontrado a lo largo de ocho años de actividad mucha gente que se sabe descendiente de Chaná y decide hablar; se sienten seguros de que los van a apoyar en la búsqueda de sus raíces. Se está recuperando la identidad de las personas y a partir de allí la identidad de una comunidad que vuelve a salir otra vez del fondo del agua. Luego de completar ocho talleres, nos dimos cuenta con Tito de la obra que había quedado como resultado, muy representativa, significativa y de arraigo cultural desde una mirada contemporánea. Entonces Tito generó la idea del proyecto “OyéNdén” que era mostrar públicamente una selección de obras realizadas por los talleristas de estos ocho espacios. Nos presentamos a una beca del Fondo Nacional de las Artes, en el rubro “Artesanía y Patrimonio” y ganamos. Con ello pudimos llevar adelante el proyecto como correspondía. Hicimos ocho muestras y esta fue pedida por el Museo de Arte Popular de Buenos Aires José Hernández. Fue muy emotiva esta invitación y ver estas casi 100 obras exhibidas. Hicimos todo un recorrido por la provincia y cerramos en Buenos Aires, en 2017. Luego un grupo jurado del FNA declaró al proyecto como de “Cambio Cultural”.

– ¿Continúan actualmente con este trabajo? 

– Por el momento con Ruperto y Don Blas seguimos trabajando en esto, que no tiene vuelta atrás. Van apareciendo talleristas capacitados que son quienes nos van a ir reemplazando de a poco y renovando la parte física, pero el discurso y la fuente son los mismos. Mientras, la arqueología y otras ramas de la ciencia van encontrando elementos que coinciden con los relatos de Blas y empieza a haber una mejor comprensión de lo que se expone en un museo. La idea es poder multiplicar las voces. A partir de los talleristas se han hecho obras de teatro y títeres, poesías, dibujos, murales, se han publicado libros, tesis, cuentos y creo que se nos ha ido de las manos, ya no tenemos cómo evaluar las dimensiones de esto. No solo trabajamos en la zona, sino en cinco provincias. Hemos hecho hermandades con los Ranqueles, en la Pampa, con la gente del Chaco, hemos trabajado en Córdoba, en Entre Ríos, y con la comunidad Querandí en Buenos Aires. Son muchas cosas que a veces se nos pasan por alto, creo que lo hemos tomado tan en serio y le hemos puesto el cuerpo de tal manera, que perdimos la capacidad de dimensionar todo lo que se hizo. El proyecto no lo hicimos nosotros; lo hicieron los talleristas, docentes, el gremio que capacitó a maestros/as. Sin ellos no podría haber sido posible. Termina siendo colectivo, todos lo van construyendo de a poco con las herramientas y lenguajes que cada uno pueda llevar adelante, y ojalá no termine nunca.

– ¿Cuáles son los deseos a futuro?

– La expectativa es que la gente que se va autopercibiendo o reconociendo Chaná, vaya integrando asociaciones civiles en distintas localidades de la provincia, o al menos en el corredor sur, hasta Santa Fe, para recuperar la lengua y a partir de allí ejercer derechos que aún no pueden tener por no estar ni asociados ni reconocidos como nación -para lo que se necesita que hablen la lengua-. Por eso los talleres tienen si o si esta dinámica de aprender la cosmovisión y la lengua. Aspiramos a que vuelva a reconstruirse la nación Chaná, que se la vuelva a considerar preexistente en la provincia y que mucha gente vuelva a hablar la lengua, porque es un pequeño granito de arena descolonizador, que nos viene muy bien para recuperar viejos valores que ni siquiera hemos perdido, no sabíamos que estaban, los han negado. Porque quien ganó escribió la historia a su manera, y ahora la vamos a escribir nosotros tal cual fue.

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