(Texto: Sofía Estanga Burgos) Cristian Alarcón debía escribir el prólogo de «Cuerpo», libro de la colección Anfibia Papel integrado por 15 textos de autores y autoras latinoamericanos que contaban historias del cuerpo. Historias de dolor. Y allí fue cuando apareció el recuerdo de los pinchazos. Recuerdos que finalmente lo llevaron a escribir un poema que salió publicado en ese libro y que también estuvo presente en la novela «El tercer paraíso», con la que el periodista y escritor ganó el Premio Alfaguara en el año 2022. Fue él mismo quien logró convertir aquellos recuerdos dolorosos de su trauma infantil en arte. Hoy, «Testosterona», la performance dirigida por Lorena Vega, deja al descubierto el desconcierto de un niño inyectado con esa hormona, la desobediencia de un cuerpo que crece, migra y quiere probarlo todo, las terapias de conversión de la homosexualidad de los nazis con la excusa de sumar soldados a sus ejércitos e incluso los modos de gestionar las masculinidades urbanas contemporáneas. Este sábado 2 de noviembre, a las 21, «Testosterona» llega al Teatro de Lavardén (Sarmiento y Mendoza, Rosario), para dialogar además con las nuevas nociones de futuro.
Con la presentación en Rosario, se cierra una gira que comenzó este año tras su estreno en enero en Chile, Mar del Plata y una serie de funciones porteñas -con localidades agotadas- que dieron que hablar a referentes de la cultura con esta propuesta disruptiva de periodismo performático
Con esta obra, Alarcón da rienda suelta a su rol de performer. Y confiesa que cada vez que sube al escenario, siente algo distinto a nivel de la emocionalidad. Aunque al inicio la pauta actoral que tenía acordada con la directora era que cuando la emoción lo invadía debía frenarla, hoy la decisión es dejarla salir del modo que se presenta. «Ahora puedo hacer dos cosas: simplemente emocionarme y tratar de continuar con la letra o pedirle al público que me respete unos segundos hasta que me compongo y sigo hablando», dice el escritor.
Esa emoción que puede abordarlo sobre las tablas no llega en un momento preciso. Puede pasar en una escena botánica, por ejemplo con el sentido que tiene nombrar y renombrar las plantas americanas en latín, cuando habla sobre las inyecciones o al hablar de escenas que son metáforas, que están incluidas en la obra y no tienen que ver directamente con el trauma infantil de las inyecciones. «He ido conociendo la letra como si fuera una partitura que en determinados momentos, como las buenas melodías, producen una emoción», asegura el protagonista.
La gráfica de la obra no está librada al azar: un plano medio-corto del propio Alarcón en blanco y negro con una jeringa cerca de su ojo, de la que se desprende una lágrima blanca. La idea fue de la reconocida fotógrafa y artista visual Nora Lezano -a quien el periodista conoce desde hace 30 años y con quien mantiene una gran complicidad-, y significó un profundo debate. «Por un lado podía ser una imagen obvia, porque la testosterona líquida es espesa y tiene ese carácter blancuzco y parecía ser algo demasiado literal respecto a su semejanza con el semen», comenta el protagonista, y agrega: «Por otro lado también era cierto que sin saberlo estábamos hablando de la imposibilidad del llanto que genera la testosterona en la mayoría de las personas que se la inyectan ahora por voluntad propia, como en el caso de los jóvenes no binarios o trans varones».
Esa lágrima literal que corre por la mejilla del performer se potencia con el paso de los meses, porque ahora su investigación lo lleva justamente a una zona misteriosa que tiene que ver con la búsqueda de respuestas a un enorme interrogante: qué le pasó durante los dos años en los que fue inyectado con la hormona. «La verdad es que olvidé casi todo lo que me pasó ese tiempo entre los 6 y los 8 años», expresa el escritor, y asegura que también tiene que ver con la paradoja de una búsqueda personal tan íntima y profunda como la propia identidad de género de las personas trans varones y ese efecto en el que lo masculino se impone como una especie de endurecimiento, fortaleciendo incluso un cliché del heteropatriarcado que es el del varón duro o insensible. «La imagen sigue siendo una imagen que a mí me parece provocadora pero también en algún sentido tierna, aunque esa ternura esté muy en el fondo», sentencia.