(Texto: Edgardo Pérez Castillo) Publicada en 2021 por la editorial de la Universidad Pedagógica Nacional (Unipe) en su colección Boris Spivacow, Contraseñas. El crimen en la cultura argentina, de Osvaldo Aguirre, es la obra ganadora en la categoría de libros editados del Premio Provincial de Ensayo “Juan Alvarez” 2024. El tradicional certamen impulsado por el Ministerio de Cultura provincial reconoció así a un libro que tiene al género policial como eje constitutivo, abordándolo desde aspectos sociales, culturales, periodísticos y literarios. Todo ello es posible por la mirada amplia, experimentada y talentosa de Aguirre, que ostenta un vasto recorrido en el periodismo cultural y policial.
Seleccionada junto al libro Tecnologías de lo sagrado. De las fantasmagorías a la IA, una genealogía de las imágenes técnicas de Gustavo Galuppo (ganador en la categoría de textos inéditos), la obra de Aguirre fue destacada por el jurado que integraron Agustina Prieto, Germán Guillermo Prósperi y Analía Solomonoff, quienes en su dictamen distinguieron: “El autor analiza ejemplos históricos y literarios, mitos populares, textos de la prensa escrita, archivos judiciales y policiales, lo que le permite rearmar una serie que potencia el tema y habilita el trazado de nuevas perspectivas de análisis. Esta genealogía que el destinatario puede completar vuelve la experiencia de lectura un acontecimiento estético ágil y atrapante”.
– El libro fue publicado por una editorial universitaria, pública, y ahora resultó ganador de un premio provincial estatal. Dos hechos significativos en tiempos de corrimiento del Estado a nivel nacional.
– Sí, seguro, eso me pone especialmente feliz, me reconforta que sea así. Porque valoro justamente esos espacios públicos, tanto a la Universidad (considerando además que también he publicado otros libros con la Universidad del Litoral y la Universidad de Villa María) como respecto al Premio Provincial de Ensayo. Me parece que un problema histórico para la gente que trabaja en la cultura, en Rosario, es la falta de espacios de reconocimiento. Y en ese sentido también me parece muy importante que se haya relanzado Espacio Santafesino, que ojalá continúe con más fondos, porque instaló de forma fuerte, con mucha promoción, el apoyo a la actividad cultural, algo que se desdibujó en la anterior gestión de Gobierno. Me parece importante que el programa se reactive. Después otra cosa que me parece que sucede es que tenemos una especie de dependencia cultural bastante arraigada respecto a Buenos Aires, donde lo que viene desde allá es más visible. En relación al reconocimiento y la valoración es un problema que está planteado: aunque no se den discusiones públicas al respecto, el reclamo está dado. Por eso viene bien que haya instancias propias de reconocimiento y valoración.
– Las discusiones que mencionás resultan esenciales para que los movimientos culturales crezcan, se fortalezcan o, incluso, se reorienten. ¿Por qué creés que no se dan esas discusiones?
– Es complejo. Creo que hay varios factores. Una es la virtual desaparición del periodismo cultural. En Rosario al menos no existe el periodismo cultural. Hay sí publicaciones aisladas en algunos medios, pero hay grandes medios que ni siquiera tienen secciones de cultura. Lo que plantean como cultura ya ni siquiera es el espectáculo, sino el ocio. Los medios fueron tradicionalmente un espacio para la discusión y eso, en Rosario, está prácticamente ausente. Después, por otra parte, está la constancia de las políticas del Estado. En el caso de los Premios Provinciales (Greca, Alvarez y Pedroni), debe ser la política cultural más antigua del Estado santafesino. Hay otras, como Espacio Santafesino, que son muy importantes y ojalá sean políticas de Estado que se continúen. En su primera etapa Espacio Santafesino promovió mucha actividad cultural, muchas publicaciones. Coexistió con un movimiento editorial muy importante, que hoy está en retroceso. No es casualidad que muchas editoriales de Rosario hayan desaparecido en los últimos años: el panorama editorial está muy para atrás. Y por último, hay una queja histórica, sobre todo de los escritores de Rosario (algo que no veo tanto en los plásticos o en los músicos) sobre que no son valorados, que no se lee la literatura de Rosario. Eso tiene cierto grado de verdad, pero también hay un cierto egoísmo, porque lo que falta es valorar lo que se está haciendo. Y ese reconocimiento que falta también se nota en la falta de reconocimiento a una tradición cultural de Rosario y de la provincia de Santa Fe. En Buenos Aires, las efemérides son motivo para actualizar figuras. Acá eso no existe. Por ejemplo, se cumplió el aniversario de la muerte de Felipe Aldana, el gran escritor de Rosario, y nadie se acuerda de eso. También hay otras cosas importantes que se mantienen, como la Editorial Municipal de Rosario, que se sostiene con mucha consciencia. Es un aporte muy importante, sobre todo cuando está la preocupación de mejorar la imagen de Rosario.
– En Contraseñas se reúnen 34 textos de distintas épocas, en un recorrido de más de treinta años. Y si bien el eje central tiene que ver con el policial, los textos se ven atravesados también por lo social, por la cultura y el periodismo. ¿Esas líneas fueron apareciendo de manera natural a lo largo del tiempo?
– En primer lugar, todo este libro, como los otros que he publicado, tienen que ver con el trabajo del periodismo. Yo trabajo el periodismo, en este momento de manera free lance, y eso determina al hacer. En 1993 ingresé al diario La Capital, a la sección Policiales, y siempre me interesó no sólo el hecho policial sino también la historia y las culturas que están tramadas alrededor de lo policial. Entonces esos ejes que mencionás estuvieron siempre presentes en mis trabajos. Hay una frase de sentido común, que le escuché hace mucho tiempo a un viejo periodista que dice que “el periodista escribe el borrador de la historia”. Siempre tengo presente esa frase, porque el error está siempre ahí, incluso ahora aparece en la figura de las noticias en desarrollo, hay una cosa de precariedad en varios sentidos. Pero yo también, luego de una primera versión, al momento de hacer un libro profundizo, trabajo más. Para este libro en particular trabajé de esa manera, tomando trabajos de muy diversa procedencia. Hay algo que cuento en el prólogo y es que cuando terminé la carrera de Letras, me presenté para una beca como investigador de Conicet, pero no califiqué, entonces Horacio González, que era mi director, me dijo que eso que quería hacer podía hacerlo dentro del periodismo. Y así fue.
– ¿Qué te sucedió cuando volviste a trabajar sobre aquellos primeros textos producidos en 1993, que forman parte del libro?
– Bueno, algunos están muy reescritos. Uno de esos textos es una entrevista que le hice a Máximo Dabbah, que fue el fundador y director de la Primera Escuela Argentina de Detectives. En principio había sido un texto muy breve, pero encontré el cassette con la entrevista y había dejado muchas cosas afuera. Es algo que hice con muchas entrevistas, porque en las versiones impresas los límites de espacio eran más estrictos, entonces en su momento tenía que cortar, pero como habitualmente guardo los borradores y las desgrabaciones, fue una reserva que utilicé. Además, por otra parte, la corrección tiene que ver con la ampliación de datos, de la información: voy leyendo, cambiando algunos puntos de vista, tratando de profundizar.
– En el recorrido del libro hay una multiplicidad de voces que, desde distintas ópticas, hablan de un pasado donde los hechos policiales tenían características diferentes a las del presente. Eso se replica en los textos, aún cuando fueron producidos en distintas épocas. ¿Cómo interpretás esa mirada sobre el pasado?
– El tema de los códigos de otros tiempos es un lugar común dentro del periodismo, y yo trato de problematizarlo, porque me parece que hay mucho de mito, aunque obviamente cambian las situaciones. Por otra parte, para mí el pasado siempre es una forma de hacer pie en el presente, vemos los antecedentes que nos llevan al presente, son elementos de comprensión. Creo que justamente lo que suele faltar en la crónica policial es la reflexión, el análisis. El periodismo muchas veces actúa como un agente transmisor del miedo, entonces me parece que, por lo menos para mí, el trabajo pasa por la reflexión, por tratar de aportar en ese sentido. Y en relación al presente, por ahí no me interesa tanto la cuestión de la primicia. Daniel Abba, con quien trabajo en el portal Suma Política, cuando empecé a colaborar allí me dijo que por ahí íbamos a ser los últimos en publicar algo sobre un tema. Me pareció interesante esta cuestión de no desesperarse por ser el primero. Y contar último tiene otra dificultad: ¿qué vas a decir sobre algo de lo que ya habló todo el mundo? Es un desafío. Entonces lo que trato de hacer es reponer en los contextos, de interpretación, de problema, no abordar los hechos aislados. Para mí la cuestión no es tanto la información, porque la información se consigue, sino la interpretación, qué es lo que decimos de eso, qué sentido le estamos dando. Porque las interpretaciones son las que fundamentan luego los reclamos, entonces ahí es donde hay una cuestión más difícil, porque en lo policial hay un sentido común muy instalado, muy difícil de remover, un sentido común al que contribuyen en buena medida los grandes medios.